Mi odisea para ser mamá inició (sin saberlo) cuando me casé hace 6 años… mi marido y yo iniciábamos una vida juntos, y dado que nuestro noviazgo había sido tan corto, decidimos esperar antes de formar una familia (queríamos tomarnos un año o dos antes de tener bebés, ya saben para disfrutar de las mieles del matrimonio), pero creo que Dios, la vida o el destino tenían otros planes para nosotros, bien dice un dicho “cuéntale a Dios tus planes para que se ría de ellos”.

Justo un mes después de mi boda tuve un retraso en mi periodo, no voy a negar que en ese momento me asusté un poco ya que como les mencioné antes, queríamos esperar para ser padres, así que hice una cita urgente con un ginecólogo para salir de dudas, el doctor nos dijo que no había embarazo y que todo estaba perfectamente bien, que tal vez el cambio de ciudad y el cambio en mi rutina por la boda y la luna de miel habían provocado el retraso.

Varios meses después los retrasos siguieron apareciendo y eso ya no me gustaba, siempre había sido muy regular y exacta como reloj suizo en mis periodos, por lo que dentro de mí sabía que algo no estaba bien, así que hice una nueva cita y cual fue nuestra gran sorpresa… después de otra ecografía y varios estudios de laboratorio, 6 meses después de mi boda fui diagnosticada con  síndrome de ovario poliquístico, y no pude evitar la oleada de emociones que se agolparon en mí: el miedo, la tristeza, la decepción y el enojo me invadieron como un remolino… quedaba claro que no iba a poder embarazarme cuando yo lo quisiera. El doctor nos explicó que era un padecimiento bastante común, y que muchas mujeres logran embarazarse incluso sin ningún tipo de tratamiento, por lo que, yo no debería de ser la excepción.

Dos años, 4 biólogos en la reproducción y muchos estudios de laboratorio después, pasaron para poder empezar un tratamiento de reproducción asistida. Iniciamos con algo “simple” un coito programado, porque todos los doctores siempre nos decían lo mismo: “todo está bien, solo necesitas una pequeña ayuda para ovular, verás que no vas a batallar para embarazarte”.

Tal vez puedan imaginar las veces que lloré deseando que hubieran tenido razón, pasamos por tres ciclos de coito programado y seguíamos con las manos vacías y el corazón cada vez más triste, pero no queríamos darnos por vencidos, al parecer este iba a ser solo el inicio del camino… Con mucha ilusión, ánimo y sobre todo fe en el corazón, ahorramos todo un año para jugarnos el todo por el todo y tomar un tratamiento de fertilización in vitro… me transfirieron 2 embriones de muy buena calidad, en palabras del ginecólogo y el embriólogo (quienes estaban muy esperanzados por que todo estaba a mi favor para que todo saliera bien y que yo tuviera con suerte 2 bebés en mis brazos) Y luego la realidad nos golpeó con fuerza cuando los embriones no se quedaron en mi vientre.

Pero el hecho de que estábamos teniendo tropiezos en nuestro camino para formar una familia, no quería decir que los demás también, así que seguían los desfiles de embazadas pasando frente a mí… y cada vez que alguna amiga, familiar o conocida anunciaba que estaba en la dulce espera no podía evitar que la tristeza me invadiera… para muchos pude parecer egoísta por experimentar tanto dolor y tristeza por que alguien más disfrutaba de aquello que yo anhelaba y aun no podía alcanzar.

Durante mucho tiempo pedí a Dios una respuesta, quería saber la razón por la que cada uno de nuestros intentos por ser padres había fallado, no entendía por qué se nos negaba algo que anhelábamos con el corazón… Dios escuchó mis oraciones a principios de este año, me recomendaron un excelente ginecólogo, que no se conformó con echar un “rápido” vistazo a mi útero, y gracias a eso, a su exhaustiva revisión logró ver lo que para los demás había pasado desapercibido antes, un pequeño mioma (1 cm) en el centro de mi útero, nadie lo había visto, ni siquiera se habían percatado que ese mioma desviaba ligeramente mi endometrio cada mes, que era ese mioma lo que no permitía que un embrión pudiera alojarse en mi útero. Y por primera vez en mucho tiempo vemos un rayito de esperanza, porque después de la cirugía a la que me someteré para retirarlo, el doctor ha sido bastante optimista y cree que un embarazo puede darse sin problema. ¡Queremos creer que así será!

Llegar a este punto ha sido difícil, y más porque me he rehusado a tomar terapia con un psicólogo, aunque uno de mis ginecólogos lo sugirió, mi esposo ha sido una compañía amorosa, fuerte, paciente y muchas veces mucho más optimista que yo. Para mí ha sido difícil encontrarle un sentido a esto y en estos momentos de cuarentena han sido momentos de reflexión, y quiero creer que hay algo que tengo que aprender de esta dolorosa experiencia, algo que me convertirá en una mejor persona y en un futuro (espero cercano) una mejor mamá.

Ana María