En 2015 Clau y yo llevábamos más o menos 8 años de relación y una de las cosas que siempre nos había caracterizado era alejarnos de los convencionalismos sociales: no queríamos casarnos ni tener hijos,  jugar a la casita no era para nosotros.

En agosto de ese año, descubrí que “ahí abajo”(ajá, ahí donde están pensando), donde se supone que todos los hombres debemos tener dos “bolas”, yo tenía tres.

Al inicio, en tu cabeza, le das mil vueltas al asunto y le encuentras todo tipo de justificaciones a la “bolita”: que si una vena inflamada, que si un granito, que si ahorita me tomo algo para que se desinflame, etc. Al paso de unos días las explicaciones se te van acabando hasta el punto que no te queda más remedio que ir al Doc para que te diga qué rayos tienes.

Cuando fui a verlo, las palabras tumor y cáncer ya rondaban mi cabeza pero trataba de alejarlas como quien se sacude con la mano los mosquitos en la playa.

Después de varios estudios de sangre y varias pruebas de imagen, mi doctor me comunicó que, a reserva de confirmarlo con una biopsia, estaba 99.99% seguro que se trataba de cáncer testicular y que tenía que operarme para quitar no sólo el tumor, sino también el testículo.

Para mí, aunque no fue grave, sí me costó un poco de trabajo aceptar que aquellos tres alegres compadres, con los que había vivido por 28 años, tenían que separarse.

Como hombre en México, creces con la idea de que vales por tu hombría, por el buen macho alfa que eres y, quieras o no, en esas conversaciones, siempre están tus bolas en juego; que si te faltan o te sobran, que si me costó uno y la mitad del otro, en fin…siempre hablas de tu hombría en plural…nadie nunca dijo “ese tipo sí que tiene ‘huevo’”.

Ya con la mala noticia del cáncer, el Doc nos sorprendió a Clau y a mí con dos buenas, o al menos eso creía yo. La primera era que el tumor estaba en etapas iniciales y que, por ahora, no necesitaría más que vigilancia y tomografías regulares. La otra fue que el testículo que me quedaba tenía un problema; las venas que le suministran sangre no lo estaban haciendo bien y era muy probable que no pudiera tener hijos, pues la calidad del semen y de mis “muchachos” se veía comprometida por esta situación.

Las palabras fueron “lo más probable es que no puedas tener hijos, te recomiendo, hagamos una prueba para evaluar su calidad y si es aceptable, te sugiero que lo congeles para cuando decidan embazarse”. Wow, alto ahí, ¿embarazarnos? ¿Nosotros? Claro que no Doc, si nosotros no queremos tener hijos.

Al salir de esa consulta yo estaba muy feliz porque, o sea sí, me convertía en un discapacitado testicular pero Clau finalmente podría olvidarse del DIU y de los horribles cólicos, y yo ya no tendría que pensar en la vasectomía. Podíamos seguir adelante con nuestros planes de vida. O eso es lo que creía yo.

Toda esa tarde Clau estuvo muy callada a diferencia de mí que no dejaba de hacer comentarios tontos sobre mi mutilada hombría. De la nada, volteó y me dijo: “Ya no estoy tan segura de no querer tener hijos. Ahora que ya no es una opción, sino casi un hecho, ya no sé si me gusta pensar en nuestra vida así”.

En ese instante mi mundo perfecto que veía con ella y que ni el cáncer había podido afectar, se tambaleó feo.

Ya no era nada más cuestión de estética, se trataba de redefinir el plan de vida y en ese plan, yo no estaba siendo capaz de jugar el rol que me tocaba. Mi error fue querer entenderlo y resolverlo como si se tratara de una fuga de agua en el depa…yo solito, pues porque #machoqueserespeta no pide ayuda.

No me detuve a pensar que este problema y su solución no eran de una sola persona, sino de una pareja, de un equipo y así es como debía abordarse y solucionarse…JUNTOS.

Cuando por fin pude hablar con Clau de cómo me sentía, fue liberador. Expresarle que tampoco estaba seguro de no querer hijos, del miedo que me daba que mis nadadores ya no nadaban, llorar juntos…pero también pensar en alternativas juntos, me hizo recordar por qué amo tanto a esta gran mujer y por qué la quiero de compañera de vida en  este y cualquier otro proyecto, no importa lo retador que parezca.

A finales del año pasado visitamos una clínica de reproducción asistida y reconozco que seguimos con miedos, pero ahora conocemos los distintos caminos que tendremos que andar.

Alex