Caminando por la calle me topé con una señora “súper embarazada” tratando, con todas sus fuerzas, de seguir el ritmo de la caminata de su pareja; y no pude evitar recordar a un José mucho más joven decirle a su esposa “amor, debes caminar un poco mas rápido. Recuerda que no es un simple paseo, sino que es parte de tus ejercicios para tener un gran parto”, todo esto mientras ella lo miraba con cara de “¿por qué no cargas tú la panza y te ejercitas a la velocidad que pretendes?”.

Todo comenzó después de un par de años de casados, cuando decidimos que era momento de complementar nuestra familia. Habíamos esperado un poco para disfrutar nuestra vida como pareja. No teníamos ni idea lo que venía, pero estábamos listos para intentarlo.

Ahí comenzó nuestra aventura, al poco tiempo nos informaron que estábamos esperando un bebé, la sensación de felicidad y de incredulidad se fueron mezclando. La familia entera festejó la noticia y comenzamos a planear el futuro inmediato, ¿quien sería el doctor?, ¿será en vivo y a todo color o buscaremos la anestesia y tal vez se programe cesárea? Eran mil preguntas que apenas lográbamos contestar, poco a poco fuimos organizando respuestas: sería el Dr Ramírez; definitivamente sería en vivo y a todo color, y yo estaría ahí, en la sala de labor, listo a recibir a nuestro primer retoño.

Las cosas comenzaron bien, mes con mes el médico controlaba la condición de mi esposa. De pronto en una visita, con la magia del ultrasonido, descubrimos el corazón de nuestro bebé y su acelerado ritmo budupbudupbudup, se repetía en el sonido de esa máquina mágica.

Ya sólo nos faltaba el cierre, el último trimestre. Una noche, mi esposa me despierta diciendo que se siente mal y que está sintiendo contracciones; nos habían dicho que en ocasiones se podrían presentar, pero que serían ligeras y sólo eran para acomodar al bebé, sin que significara nada.

Las molestias seguían, y con el doctor fuera de la ciudad, decidimos ir con el papá de una amiga, eran las 4 de la mañana. Media hora después, un sabor amargo subía de mi estómago a la boca, mi mujer estaba aterrada y yo también, pero tenía que aportar fortaleza y dar tranquilidad; sin embargo la cara del médico me dio más miedo y sus palabras fueron: “lo siento, no hay nada que hacer, el producto está muerto”. ¿El producto? Ese cambio brutal de nuestro bebé a el producto fue de lo más frío y doloroso que he vivido.

Pasó el tiempo, acepté un trabajo en otra ciudad, y dentro del nuevo grupo de amigos conocimos a una pareja que había pasado por lo mismo, pero ahora estaba a punto de tener a su bebé. Nos recomendaron a su ginecólogo, y lo intentamos de nuevo.

Todo el embarzo fue súper vigilado, y justo en el sexto mes la pesadilla regresó; el diagnóstico…“preclamsia”. Sucedió de nuevo, el bebé se había perdido. ¿Qué pasa? ¿Por qué a nosotros? No había respuesta, el doctor nos comentó que a veces esto sucedía espontáneamente, pero que sugería que nos hicieran nuevas pruebas.

Sin respuestas comenzamos a buscar alternativas; la adopción fue una de ellas, tal vez si no podíamos en forma natural, podríamos formar una familia de otra forma. Platicando con el ginecólogo nos dijo que no había nada malo en ninguno de los dos, que debíamos intentarlo nuevamente, sólo que ahora utilizaríamos métodos menos ortodoxos, apoyo psiquiátrico y tal vez homeopatía, ¿por qué no?

Con miedo accedimos, pero no pasaba nada, así que dijimos: ¡al diablo con todo! Si quedamos embarazados bien y si no también. Al poco tiempo supimos que venía un bebé en camino, y comenzó el temor oculto en mí.

Llegó el sexto mes, nuestro miedo crecía. Durante 15 días mi boca estaba seca y amarga, buscaba excusas para preguntarle a mi esposa cómo se sentía sin que pareciera que estaba aterrado. Noveno mes, todo perfecto y de repente mi esposa me dice, “oye…¡creo que ya viene!”. Cuando escuché eso salté de la cama y comencé a cronometrar las contracciones. Le hablé al doctor y sólo me pedía tener calma. ¿Calma? ¿A caso estaba loco?

Ya en la sala de labor, se encontraban, el ginecólogo y su esposa (ella había entrenado a mi esposa en el psicoprofiláctico), la enfermera, un anestesista y el pediatra; ¿cómo, esto es en serio, ya tenemos pediatra?

De pronto comencé a ver una cabeza…y unos hombres y…todo un bebé, ¡una niña! Yo estaba paralizado. De repente alguien preguntó “¿vas a tomar fotos?”, disculpa, ¿qué? ¿Cómo fotos si estoy aterrado?

Después de revisarla y darle una calificación perfecta, la pusieron en mis brazos para presentársela a su mamá. Mi cuerpo entero se estremeció, me quedé ensimismado viendo esa carita y su gran capacidad de gritar; nunca había sentido eso, sólo sabía que ese pequeño ser era mi hija y que sentía una cantidad de sentimientos tratando de gritar, ¡eres mi vida, chiquita!

La presenté a su mamá y salí al pasillo a comunicarle al mundo entero que todo había salido de maravilla. Las lágrimas salieron en torrente; sin lugar a dudas el mejor momento de mi vida.

José