Cuando estás en la búsqueda de ese “gran regalo de Dios” y no llega, pasas por muchos estados de ánimo. Sientes tristeza, porque vez que lo que para los demás es tan fácil, tan normal, para ti es algo inalcanzable.

La frustración es otro de la factores a enfrentar, pues siempre has tenido la ilusión de formar una familia, a pesar de que en ocasiones recibes comentarios como “¿para qué quieres hijos? Así estás bien”, “tranquila…los hijos no son la felicidad, ¿eh?” o “¿que no piensas tener hijos? Siquiera para que tengas quien te arrime un vaso de agua cuando llegues a viejita”.

Es entonces cuando aparece el enojo, y no con las personas que hacen todos esos comentarios incómodos, sino contigo misma. Te preguntas, “¿pues qué tan mala soy, a caso no lo merezco?”. Descargas todo el coraje con la enfermedad que se ha interpuesto entre tu sueño y tú; hasta llegar a la indiferencia.

Ésta es una de las mejores defensas, ya que te ayuda a evadir el tema, guardar ese sentimiento en lo más profundo de tu ser para que no duela; todo con tal de no sentirte vulnerable…sin embargo, siempre hay algo que esta ahí con gran fuerza y es la esperanza de que suceda un milagro.

Desde que decidimos casarnos sabíamos que no sería un asunto fácil el ser padres, en principio porque ya teníamos mas de 35 años, sumándole que desde muy joven tuve problemas de amenorrea.

En el camino para lograr un buen diagnóstico y tratamiento a mi “problemita” de salud, encontraron un “adenoma hipofisario” (tumorcitos benignos en la glándula pituitaria); y desde ese momento hasta ahora, es decir…aproximadamente 10 años, he estado bajo tratamiento.

Teníamos un año intentando ser padres y acudimos a una clínica particular, quienes, al conocer nuestros antecedentes nos clasificaron como “clientes no potenciales” (lo que sea que eso signifique). Llegando al punto de decirnos: “Con tu problema…¿si te han dicho que no vas a poder ser mamá, verdad?”. Yo sólo podía sentirme devastada.

La única razón para no dejarme caer eran las palabras el cariño y el amor de mi esposo. De ellas tomé las fuerzas para asistir a otra clínica, quienes nos pusieron como primer condición el pagar todo antes de cualquier procedimiento o estudio. Lo que me dejó más helada fue esa falta de sensibilidad al preguntarnos: ¿Qué tanto desean ser padres? ¿Qué tanto dinero están dispuestos a pagar?

Desde ese momento han transcurrido cerca de cuatro años, y vivir la experiencia de que no lleguen los bebés, es una herida en el corazón. Ves que llegan tan bellas bendiciones en la vida de los demás, pero no en la tuya.

Quiero aclarar que el deseo de ser padres no es por la idea egoísta de no quedarnos solos, es el deseo de recibir ese regalo de Dios, para amarlo, educarlo, hacer de el o ella una buena persona, de no ser sólo una pareja, sino una familia.

Mientras yo trato de lidiar con todas las emociones que este proceso trae consigo, mi esposo se ha mantenido ecuánime, diciéndome que “quizá Dios tiene otros planes para nosotros”. Podrán pensar, ¿por qué no adoptan? Al principio el tema de la adopción recibía de nuestra parte un rotundo NO de parte de ambos…en la actualidad, somos un poco más flexibles, obviamente considerando que para tomar esa decisión debemos estar 100% seguros, porque estamos adoptando una vida.

Siendo positiva, quizá tuvimos que pasar por todo eso, incluso  el de llegar a la indiferencia, para estar consientes de lo que vamos a hacer, llegamos por recomendación de una sobrina a la clínica de “Red Crea”,  siendo honesta yo llegué al punto de rendirme, dando por hecho que ser madre esta negado para mí.

Sin embargo, la cosquillita de esperanza sigue ahí, no desaparece, es como una pequeña llamita encendida. El médico que nos está tratando nos ha dado una pequeña esperanza, hablando con toda honestidad, y con la conciencia de que no se logre, pero estamos dispuestos a tomar esa pequeña, pequeñísima oportunidad, de lograr nuestro sueño de ser padres.

María de Jesús